jueves, 31 de mayo de 2012

CAPITULO 3, EL POZO





Miré por la ventana y me di cuenta de que iba a atardecer, el día había pasado sin apenas ser consciente de ello, había refrescado un poco pero la temperatura aún así era agradable. El cielo estaba despejado y no se veía a nadie en la calle. Me pareció que sería una buena idea comer algo en el porche tranquilamente mientras veía atardecer, sería una agradable manera de acabar un día tan peculiar como el que había tenido.

Me hice un bocadillo y cogí un bote de zumo de la nevera dispuesta a llevar a cabo mi plan de una merienda tardía en el porche, en cuanto abrí la puerta y salí a la calle supe que aquella había sido una gran idea, se respiraba tranquilidad y apenas se oía algún ruido.

Me senté tranquilamente en la escalera de la entrada mirando alrededor y parándome por primera vez en todo el día a observar realmente lo que me rodeaba, era precioso. Mi casa era la última de la calle y junto a ella había una gran parcela de tierra que hace tiempo había sido una huerta, aquello si lo recordaba, la vieja huerta del tío Agustín, cada recuerdo que conservaba de él tenia lugar allí, adoraba aquella tierra y la cuidaba y mimaba constantemente, sin duda ahora no tenía nada que ver con lo que era antes, estaba llena de plantas, flores y hierbas silvestres, aunque todavía podía apreciarse levemente el camino que traspasaba la huerta, desde casa hasta el bosque. El bosque si continuaba igual, verde, espeso, lleno de árboles, apenas podía verse nada a través de él, y si la memoria no me fallaba justo detrás debía de estar el río.

Dejé que mi vista vagara por el paisaje deteniéndose de vez en cuando en los pequeños detalles que no había sabido ver hasta ese momento, sin duda había tomado la decisión adecuada, aquel lugar me ayudaría, estaba segura de ello.

Me recosté con cuidado sobre la barandilla mientras le daba el último mordisco al bocadillo, cerré los ojos despacio, respirando hondo mientras dejaba que aquella agradable sensación me envolviese. Me di cuenta de que empezaba a sentirme de nuevo somnolienta y abrí despacio los ojos intentando centrar la mirada en algo, no quería quedarme allí dormida, y fue entonces cuando vi el pozo. En frente, justo al comienzo del camino, casi escondido entre los arbustos y las ramas de un gran árbol que no supe identificar. Aquel era uno de mis lugares preferidos cuando era niña, no pude evitar sonreír al verlo y casi inmediatamente sentí en mi boca el sabor de su agua, siempre fresca y deliciosa, ni siquiera me di cuenta de que me había levantado y avanzaba hacia él, casi podía verme allí sentada de niña con el tío, sacando agua con el cubo y mirando hacia el fondo mientras él me agarraba con cuidado para que no me cayese dentro, nunca entendí ese miedo que a mí me parecía del todo irracional, estaba segura de que nada malo podía pasarme allí, sin duda aquel era mi lugar favorito, por aquel entonces no creía que pudiese existir ningún lugar más mágico que aquel.

Cuando estuve al lado del pozo por un momento sentí miedo, miedo de que hubiese cambiado, de que no fuese el mismo lugar, pero estaba equivocada, me di cuenta cuando me recosté un poco sobre el frió borde de piedra, a pesar de lo rápido que había atardecido aún se podía ver el agua cristalina en el fondo y las paredes de piedra gris, incluso podía sentir aquel sabor de nuevo en mis labios.

-Hola preciosa.

-¡Mierda! –el bote del zumo resbaló de mi mano hasta caer dentro del pozo –. ¡Joder!

Ni siquiera me di la vuelta para ver quién estaba detrás de mí y me incliné rápidamente dentro del pozo estirando el brazo como si con aquel ridículo gesto pudiese recuperar la botella que ya estaba en el fondo del pozo.

Sentí que unas manos grandes y fuertes me agarraban por la cintura suave pero firmemente.

-Eh cuidado… –era él, estaba detrás de mí, mirándome con cara de preocupación, el pelo negro y revuelto le caía sobre la frente, me miraba con los ojos entrecerrados y el ceño fruncido –. Te he asustado otra vez. ¿Verdad?

-Ya bueno, si que me has asustado y se me ha caído el zumo dentro, no sé a quien pertenecerá ahora este pozo pero no creo que le haga gracia descubrir que el sabor del agua tiene un ligero toque a naranja porque a una torpe como a mí se le ha caído un bote de zumo al fondo, imagino que alguien se va a enfadar mucho y lo hará con razón –su cara pareció cambiar en ese momento, sus labios se relajaron y mostraron una media sonrisa que me obligó a contener la respiración a pesar de lo enfadada que estaba en ese momento con él, lo que hizo que me sintiese aún más molesta, no sólo me asustaba y provocaba con ello que se me cayese el zumo, sino que además todo aquello parecía divertirle.

-¿Qué pasa? ¿Te hace gracia?

-No, tranquila, no es eso, es sólo que el dueño no se va a enfadar, te lo prometo.

Continuaba sonriendo y me miraba directamente a los ojos, cada vez más relajado y divertido por la expresión de mi cara.

-Vale, si tú lo dices tendré que creerte ¿no?

Ahora sonreía ampliamente y sin ningún disimulo, no sabía que me molestaba más de todo, el hecho de que encontrase tan divertido lo que a mí me preocupaba o que me costase tanto centrarme o decir cualquier cosa por culpa de esa sonrisa.

-Puedes creerme, es mío y te prometo que no me enfadare cuando note un ligero sabor a naranja la próxima vez que beba de el.

-¿Es tuyo? ¿Si?, no lo sabía.

Ahora entendía porque no podía dejar de sonreírme, él era el dueño del pozo y yo no hacia más que lamentarme por lo enfadado que se pondría cuando se diese cuenta de todo, bueno, supongo que tal vez si tuviese cierta gracia, aunque desde luego no en ese momento y no para mí.

-Hace sólo un par de semanas que vivo aquí –Rosa había sabido calcular a la perfección el tiempo que llevaba su nuevo y guapo vecino en el barrio –. Tu has llegado hoy ¿verdad? Te he visto esta mañana cuando has bajado del taxi, he pensado en presentarme y ayudarte con las maletas pero la verdad es que has sido demasiado rápida para mi, casi no me había terminado de poner las zapatillas y tu ya estabas dentro.

-Bueno pues si lo que querías era presentarte podías haberlo hecho cuando nos vimos esta mañana – solté malhumorada.

En el mismo momento en el que hablé me arrepentí de haber usado un tono tan desagradable. Pero él continuo hablando, aparentemente sin prestar atención a mis palabras.

-Luego también te vi sentada en las escaleras mirando mi casa –me puse tensa sin quererlo, así que si me había visto, no había hecho nada malo pero no podía evitar sentirme como una fisgona –. También pensé en salir a presentarme pero vi que tenias compañía y no quise molestar, creo que tal vez ahora sea un buen momento para intentarlo de nuevo –sonrió pero esta vez sus labios dibujaron una sonrisa cálida y seductora y sus ojos me miraban expectantes mientras me tendía la mano –. Soy Izan.

-Vale, yo soy Carla –dije mientras le daba la mano que estrecho suave pero firmemente entre la suya –. Aunque eso ya lo sabías ¿no?

-Si, sí que lo sabía, aunque siempre me han gustado las presentaciones formales. Encantado de conocerte por fin Carla, este es Travis –dijo mientras se giraba hacia su izquierda y señalaba a un pastor alemán que estaba acostado detrás de él.

-Vaya, hola Travis, eres muy guapo.

No me había fijado en ese esplendido animal hasta ese momento y no pude explicarme como no lo había visto, era un perro grande y elegante con el lomo oscuro. Tenía la cabeza sobre las patas delanteras y nos miraba con curiosidad.

-Es más que guapo, es el animal más amable y fiel que puedas conocer, mientras esté a tu lado puedes estar tranquila, el jamás dejará que nada ni nadie te haga daño, te lo aseguro, ¿verdad chico?

El animal hizo ademán de ir a levantarse pero en su lugar Izan se agachó para acariciarle con ternura la cabeza, el perro volvió a recostarse mientras emitía un pequeño suspiro.

-Espero que no estés enfadada conmigo –dijo mientras se ponía de nuevo en pie.

-¿Enfadada? No que va, es que... –me sentí emocionada al oírle hablar de aquella manera del perro y aquel cambio de actitud me pilló con la guardia baja –. Es que tengo un pronto algo impredecible, o eso dicen, al parecer me cuesta un poco contener mi humor, si, creo que esa es la mejor manera de explicarlo, en fin, ya te irás dando cuenta cuando me conozcas mejor –lo solté todo seguido, sin pensar, y él me miraba divertido mientras yo no dejaba de hablar sobre mi carácter y mis cambios de humor.

-Bueno eso espero, ya sabes, conocerte mejor, me gustaría, me gustaría mucho –en ese momento noté como toda la sangre me subía a la cabeza a la vez.

-Bueno, no sé muy bien que contestar a eso, yo no… –me sentía avergonzada y no podía levantar la mirada del suelo.

-No tienes que contestar nada –su voz era cálida y acogedora, sin duda había notado que me sentía incómoda en esa situación –. Lo siento, lo he dicho sin pensar, no creí que estuviese diciendo nada que pudiese molestarte, sino no lo habría dicho, créeme.

-¡No! No me has molestado –dije levantado la cara y mirándole a los ojos, estaba serio y había inclinado la cabeza para poder mirarme a los ojos, se irguió y me miró con curiosidad.

-No entiendo entonces.

-Soy yo, no soy buena haciendo amigos y no sé muy bien cómo comportarme cuando alguien a quien sólo he visto una vez dice que quiere conocerme mejor, no es que me haya molestado es que…

No pude acabar la frase, no porque no supiese como continuar, al contrario, era un pensamiento que tenía muchas veces pero que nunca había expresado en voz alta, simplemente porque no quería oírlo.

-Es que… –dijo animándome a seguir.

-Es que nadie ha querido nunca conocerme mejor –contesté finalmente mirando de nuevo al suelo y sintiéndome de golpe triste y agobiada.

-Bueno, ya puedes perdonarme, pero no te creo.

-¡Que! –esta vez mi mirada buscó involuntariamente la suya.

-Pues que no te creo, eso simplemente no es posible. No, espera, no me mires así –dijo al darse cuenta de mi cara de incredulidad, ¿el me estaba diciendo a mí que eso no era posible? desde luego no sabía nada de mí, era obvio que no nos conocíamos, que sólo éramos extraños –. Lo único que digo es que simplemente tú no lo habrás notado.

-¿Notar el que? –dije sin poder contenerme apenas.

-Que había gente a tu alrededor que quería conocerte mejor, que quería formar parte de tu vida, tal vez tú no les dejaste pasar –dijo la última parte de la frase bajando el tono de voz, haciendo que sonase tranquilo y amigable o por lo menos intentándolo.

-Ya. Y eso lo dice una persona que me conoce desde hace medio día.

-Tienes razón, no te conozco, pero es que perdona no puedo concebir que exista alguien en este mundo que no haya querido conocerte mejor, estar cerca de ti hasta ahora, porque desde luego lo que es a mí, me pareces la mujer más encantadora y atractiva que he visto nunca.

No podía hablar, ni moverme, ni siquiera sabía si estaba respirando, todo aquello era..., no sabía qué hacer ni si tenía que decir algo, no sabía ni siquiera si tenía que reaccionar de alguna manera.

-Bueno preciosa –dijo mientras sonreía de nuevo y me daba un ligero empujón en el hombro –. Ahora tampoco tienes que decir nada, pero si te agradecería que dejases de apretar los dientes de esa manera, si sigues así vas a estropear esa bonita sonrisa que tienes y eso no estaría bien.

Tenía razón, aflojé la presión de la mandíbula y respiré profundamente notando como el aire llenaba mis pulmones, no pude evitar que un escalofrío me recorriese el cuerpo.

-Ha refrescado, ¿tienes frío?

-Si, creo que si.

Empecé a sentirme mejor aunque no me sentía capaz de mirarle de nuevo a los ojos, esta vez sí que me sentía avergonzada, no había sabido contestarle, seguramente acababa de decirme lo más bonito que me habían dicho nunca y yo era incapaz de levantar la mirada del suelo para darle las gracias o hacer cualquier cosa que le hiciese entender que agradecía sus palabras, era incapaz.

-¿Tienes hambre?

-¿Hambre? –acababa de comerme un bocadillo, aun así… –. Pues la verdad es que también tengo algo de hambre –empecé a levantar despacio mi mirada del suelo intentado adquirir una posición más natural.

-Bueno, se me ha ocurrido una idea para solucionar las dos cosas –estaba animado y no dejaba de sonreír, yo en cambio apenas podía articular palabra.

-Te escucho, sorprenderme.

-¿Qué te parece si entras en casa, te pones algo que te abrigue un poco más y yo mientras hago la cena?

-¿La cena?

-Si claro, aquí las noches son preciosas y sería una lástima que tu primera noche la pasases encerrada en casa y no cenando mientras ves las estrellas, de verdad, es muy relajante. ¿Te apetece?

-Bueno, la verdad es que...

-No voy a dejar que me pongas ninguna excusa ni nada por el estilo así que ni lo intentes –en ningún momento había dejado de sonreír y parecía muy seguro de sí mismo.

-Ya, te creo pero sólo iba a decir que no recuerdo haber traído nada con lo que abrigarme –me fije entonces por primera vez en cómo iba vestido, llevaba una camiseta de manga larga gris y unos pantalones vaqueros.

-Vale, sin problema, entonces espérame aquí un momento y yo me encargo de todo, bueno a no ser que quieras pasar.

¿Pasar?, si apenas había logrado comportarme al aire libre mejor sería no averiguar que era capaz de hacer o decir entre cuatro paredes.

-No, tranquilo puedo esperar aquí fuera.

-Pues entonces…. –alternó su mirada entre su casa y Travis durante un momento hasta que finalmente habló –. Bueno Travis, tengo un trabajo para ti –dijo mirando al pastor alemán que se sentó en cuanto escucho su nombre, como si esperase instrucciones. Comencé a sentirme algo extraña, estaba empezando a tener la sensación de que me perdía algo.

-¿Un trabajo? –pregunté intentando que me hiciese participe de lo que estaba pasando.

-Por supuesto. Travis te dejo al cargo, que nadie se acerque a esta señorita, la dejo bajo tu responsabilidad.

-¿Perdona? –el perro se puso inmediatamente a mi lado haciendo que todo pareciese aún más irreal –. ¿Qué me estoy perdiendo exactamente? –no estaba enfadada pero si me sentía como una niña pequeña de nuevo.

-Veras, me sentiría más tranquilo si sé que el poco rato que vas a estar aquí fuera tu sola Travis te está protegiendo, recuerdo nuestro pequeño encuentro en la tienda y también recuerdo lo que me has dicho y como sabes no es que no crea que seas capaz de hacerlo sola, es que a él también le gusta, se siente útil, ya sabes. ¿A que si amigo? –Travis tenía las orejas completamente rectas y estaba sentado a mi lado mirando a Izan, por un momento tuve la extraña sensación de que le estaba escuchando de verdad, entendiendo todo lo que decía, ya sé que eso no es posible pero por la expresión de sus ojos parecía que realmente comprendiese mejor que yo todo lo que estaba pasando, de repente giró la cabeza hacia arriba y me encontré con unos preciosos ojos oscuros mirándome directamente, no tuve más opción.

-Vale, le puedes dejar al mando, pero que conste que como has dicho hace un momento soy muy capaz de cuidarme a mí misma, sólo quería dejar constancia de ello.

-De nuevo he de decir que no me cabe duda, y gracias de todas formas –se dio la vuelta corriendo hacia su casa –. No tardo nada.

No pude decir nada más, en apenas unos segundos me había dejado allí sola con Travis. Entonces me di cuenta de que ya había oscurecido, lo poco que se podía apreciar de la calle se veía desierta, me giré hacia la huerta, todo estaba oscuro y en silencio, en el fondo agradecía más de lo que podía admitir la compañía de Travis, que continuaba sentado a mi lado, alargué la mano con cuidado hacia él, no era un perro al que conociese y la verdad es que impresionaba un poco, pero él pareció darse cuenta de mi miedo y no me dejo tiempo para dudar, estiró un poco el cuello hacia arriba y me tocó la mano con su morro. Le acaricié despacio la cabeza y el cuello, tenía el pelo largo y suave, su contacto agradable y cálido me tranquilizó en el acto. Había algo en él que me recordaba a su dueño, esa serenidad, una actitud de agradable seguridad que resultaba contagiosa.

No sé cuánto tiempo pasamos allí los dos, finalmente decidí sentarme en un saliente que había en la base del pozo y Travis se tumbó inmediatamente a mi lado poniéndome la cabeza sobre las piernas, continué acariciándole mientras cerraba poco a poco los ojos.

De repente aquel lugar volvía a recuperar su magia.

CAPITULO 2, LA TIENDA




-¡Hola! –estaba sentada tranquilamente en la escalera de mi porche mirando hacia la puerta.

-Hola.

-¿Tú eres Carla, la sobrina de Nadia verdad? –dijo mientras se ponía de pie. Tenía el pelo castaño claro, casi rubio, con ojos azules, algo regordeta y más o menos de mi estatura.

-Bueno, sí, eso creo –contesté incómoda y consciente de lo dubitativa que sonaba mi voz.

-Yo me acuerdo de ti –su voz en cambio tranquila y serena mostraba lo segura que se sentía de si misma. Yo no podía decir lo mismo.

-¿A si? Pues yo no sé qué decirte –no era capaz de recordar si la conocía.

-No te acuerdas, bueno es normal éramos muy pequeñas, soy Rosa –el tono de su voz se fue haciendo más suave hasta casi apagarse. Tal vez toda aquella seguridad fuese sólo una fachada.

-¡Oh, sí! creo que sí, nosotras jugábamos juntas de pequeñas ¿verdad? –sus ojos se abrieron como platos, demostrando que esa era la respuesta que esperaba escuchar desde el principio.

-Que bien, no te has olvidado. Temía que después de tanto tiempo ya no te acordases de mí, y no te ofendas pero la verdad es que me apetecía mucho estar con alguien nuevo, hablar de cosas diferentes.

- No, si no me ofendo, de hecho hasta me viene bien conocer a alguien, quiero comprar unas cuantas cosas para la casa, algo de comida y cosas para poder limpiar y ponerlo todo en orden, hace mucho que nadie hace una limpieza general aquí dentro –dije señalando hacia la casa. Intenté sonar lo más amable posible aunque no estaba segura de haberlo conseguido del todo.

-Perfecto, si quieres cojo la chaqueta y te acompaño a la tienda.

-Eso estaría bien, te espero.

Se dio la vuelta sonriendo y fue corriendo a su casa, entonces me di cuenta de que iba completamente vestida de negro, con una falda que le llegaba por las rodillas y un jersey, no pude evitar acordarme de mi tía Nadia y me pregunté qué motivo tendría una chica tan guapa para esconderse de esa manera.

A pesar de que había decidido comportarme como una ermitaña y no relacionarme más de lo necesario con la gente del pueblo sentí alivio al no tener que buscar la tienda sin saber ni siquiera por dónde empezar, entonces sí que habría llamado la atención. Definitivamente no estaba tan mal conocer a alguien allí.

Mientras esperaba que mi entusiasta nueva acompañante volviese me senté en las escaleras, me encantaba ese porche con sus tres escaleras de piedra y las gruesas barandillas de madera a los lados, era como una invitación, como una sala de estar exterior, sensación que se acentuaba al ver el banco de madera bajo la ventana de la que sería mi habitación. Casi sin darme cuenta distraje mi atención hacia la casa de enfrente, era también muy vieja pero estaba algo más cuidada que la mía. Tampoco recordaba aquella casa. ¿Viviría alguien allí ahora? Tenía un porche precioso que a diferencia del mío casi vacío y bastante necesitado de una limpieza estaba lleno de plantas y macetas con flores. Por supuesto que tenía que vivir alguien.

-¡Vamos Carla!-no pude evitar sobresaltarme al oír mi nombre, me había quedado absorta mirando aquel pequeño y curioso jardín.

-Voy –eché un último vistazo a la casa mientras me levantaba, tenía que acordarme de preguntarle a Rosa quién vivía allí.

El camino a la tienda fue justo como lo había imaginado, Rosa no dejó de hablar apenas un momento, incansable y llena de energía. La verdad es que casi no presté atención, estaba demasiado entretenida fijándome en las casas y tiendas del pueblo. Además nunca había hablado demasiado y últimamente me encontraba mucho más cómoda callada. De todas maneras no me pareció que Rosa encontrara nada inusual en nuestra conversación, a pesar de que la única que hablaba era ella. Se la veía relajada y estaba inmersa en algún tipo de historia del pueblo, algo sobre una fiesta la noche de no sé qué lluvia de estrellas, o algo por el estilo. Estaba prestándole incluso menos atención de lo que me pensaba, ojalá no esperase ningún tipo de reacción o contestación por mi parte porque hubiese tenido que enfrentarme a un momento bastante incómodo.

Me di cuenta de que se veía más gente por la calle, tal vez por la hora, pero desde luego no la que había esperado encontrar. Tuve la sensación de estar en un pueblo casi abandonado.

-Vale, aquí es.

Se paró de repente frente a una pequeña puerta de metal rojo, ni siquiera había hecho el esfuerzo de intentar memorizar el camino, tendría que pedirle a Rosa que me acompañase de nuevo a casa, aunque tampoco creía que fuese muy difícil encontrar el camino de vuelta.

-Vaya casi ni me he dado cuenta –comenté somnolienta.

-Ya, aquí todo está muy cerca, ya te darás cuenta. Y por cierto, ¿Cuánto tiempo tienes pensado quedarte? Me he puesto a hablar y ni siquiera te he dejado decir nada.

-Bueno, la verdad es que todavía no lo sé, quería pasar un tiempo sola, ya sabes, para pensar y organizar un poco las ideas.

-¡¿Cómo?! ¿Estarás sola? –su voz sonó sorprendida y demasiado estridente.

-Pues la verdad es que sí, ¿pasa algo? –No pude evitar que la alarma de su tono me hiciese sentir incómoda y molesta, debí de reflejarlo en mi expresión porque su contestación fue bastante más suave.

-No, nada, es sólo que tu sola aquí, pues bueno no sé, ¿no te da miedo?, a mi me lo daría, estoy segura.

Pareció sufrir una especie de escalofrío mientras hablaba.

-¿Miedo? No, no lo había pensado –y la verdad es que no lo había hecho, ¿tendría que tener miedo en un lugar así?, no, no lo creía.

-Bueno tú verás, últimamente parece que se esté convirtiendo en un moda –dijo mientras terminaba de abrir la puerta de la tienda y me empujaba hacia dentro.

-¿Una moda? – ¿qué se suponía que quería decir?

-¡¡Hola señora María!! –saludaba con la mano a una mujer corpulenta que estaba detrás de un largo mostrador de madera.

-Hola Rosa, ¿Quién es tu amiga? –se recostó un poco sobre la madera para verme mejor, era bajita, tenía el pelo gris muy corto y unos grandes ojos marrones.

-Es Carla señora María, la sobrina de la señora Nadia, ¿se acuerda usted de ella?

-Madre mía como no iba a acordarme, ¿y que haces aquí chiquilla?, deja que te vea.

-Vera voy a…

 Antes de que pudiese acabar siquiera la frase Rosa comenzó a hablar de nuevo y a contarle todo lo que le había dicho, dejando muy claro que me iba a quedar yo sola en esa casa tan vieja. En realidad le agradecí que lo hiciera porque cada vez tenía menos ganas de hablar, cogí una bolsa verde de plástico duro de un montón que había justo al lado de la puerta y comencé a pasear por la tienda intentando encontrar algo para cenar esa noche.

Primero fui a la sección de limpieza, en realidad no se podía decir que la tienda estuviese dividida en secciones eran más bien estanterías separadas en unos tres pasillos con todas las cosas colocadas pulcramente pero sin lo que a mí me pareció un orden aparente.

Después de varios minutos deambulando sin mucho interés ya había encontrado todas las cosas que necesitaba pero Rosa continuaba hablando con la señora María y no me apetecía nada sumarme a la conversación por lo que decidí esconderme en uno de los pasillos y curiosear distraída entre las cajas de cereales. Sentí entonces que alguien me observaba, me volví rápidamente pero no vi a nadie, además estaba casi segura de que al entrar la tienda estaba vacía a excepción de la dueña y de nosotras dos así que me agaché para dejar la caja en su sitio. Cuando me incorporé de nuevo vi unos ojos oscuros que me miraban con curiosidad desde el otro lado de la estantería, era como una de esas escenas de película en la que dos personas se miran entre unos libros en la biblioteca sólo que en este caso eran cajas de galletas y cereales, lo que hacía que perdiese glamour y que desde luego el efecto no fuese el mismo

-Esto… Hola –saludé sin pensar, sus ojos profundos y oscuros me resultaban extrañamente familiares.

-Hola –su voz sonaba divertida –. Te he asustado ¿verdad?, lo siento.

-Tranquilo es que no te había visto –me costaba mucho mirarle a los ojos ya que era más alto que yo y me obligaba a girar la cabeza en un ángulo incómodo para verle, y ni siquiera así podía hacerlo con claridad.

-Eres Carla ¿no?, la sobrina de la señora Nadia.

-¿Nos conocemos? –no estaba segura de conocerle, había algo en el que recordaba aunque no sabía el que, tal vez su voz, ¿su mirada? Tampoco había recordado a Rosa al principio por lo que no podía descartarlo.

-No, no nos conocemos pero he oído como te presentaba tu amiga al entrar, de hecho diría que lo más probable es que también se haya enterado medio pueblo por el volumen de su voz.

-No es mi amiga.

-Perdona.

Me  di cuenta entonces de lo tajante que había sonado, no era mi intención pero no pude evitarlo, aquella situación me hacía sentir desorientada e incómoda.

-No, es que éramos amigas de pequeñas pero hacía años que no nos veíamos, ya sabes – se parecía demasiado a una disculpa.

-Ya, así que ¿te vas a quedar sola en esa casa tan vieja? –lo dijo en un tono serio pero bastante cómico intentando imitar el que había usado Rosa al entrar en la tienda.

-La verdad es que si, pero tampoco creo que sea algo tan dramático, sé cuidarme sola.

-Apuesto a que si, de hecho no tengo ninguna duda al respecto –aquella fue una afirmación que no esperaba y no pude evitar erguirme al oírla, supe por la manera de decirlo que ya no bromeaba.

Todo aquello estaba empezando a intrigarme, el me hacía sentir así, tenía unos ojos tan grandes, tan oscuros, no eran negros pero podían llegar a parecerlos y empezaba a tener ganas de ver como era el resto, me apetecía averiguar cómo era el dueño de esa voz tan profunda y a la vez juguetona, amen de que aquella situación comenzaba a ser ridícula, ¿Qué hacía yo hablando a través de unas cajas de cereales con un chico que no había visto en mi vida?, no dejaba de ser divertido, incluso de tener un punto raro pero ¿hasta cuando íbamos a continuar manteniendo una conversación de esa manera?

-¿Carla has terminado? –era Rosa, no pude evitar dar un bote al oír mi nombre y aparté mi mirada de sus ojos sólo un segundo para ver de donde procedía la voz, a pesar de que ya lo sabía, fue un acto reflejo del que pronto me arrepentí.

-Si, ya voy, oye tengo que… –cuando me volví de nuevo hacia el ya no estaba, justo en ese momento oí el ruido metálico de la puerta al cerrarse, al asomarme al pasillo sólo pude verle de espaldas por la ventana, si era más alto y delgado que yo, tenía el pelo revuelto e igual de oscuro que los ojos, apenas tuve tiempo de distinguir tan sólo su perfil. Me sentí bastante contrariada, realmente había logrado despertar mi curiosidad.

De vuelta a casa Rosa continuaba hablando aunque esta vez dejando educados espacios en su monólogo para que yo pudiese decir algo o aportase mi opinión. La mayor parte de nuestra conversación giró en torno a lo poco que había comprado. Yo llevaba dos bolsas con productos de limpieza y Rosa una con algo de comer, se podía ver sobresalir una esquina de la caja de cereales por un pequeño agujero que le había hecho a la bolsa, al final había decidido llevármelos.

-Oye Rosa

-Dime –la había interrumpido mientras me contaba de nuevo algo sobre la gran fiesta que se hacía en el pueblo por la lluvia de estrellas, debía de gustarle mucho aquella fiesta ya que era la segunda vez que la mencionaba, y la segunda vez también que se sorprendía ante mi ignorancia, pues como ya le había dicho no sabía que existiese una noche como aquella.

-¿Quién era el chico que estaba en la tienda antes?

-¿En la tienda? No sé... a si, a eso me refería antes cuando te he dicho que parecía que se estaba convirtiendo en una moda esto de venir solo al pueblo. Me parece que se llama algo así como Izan.

-¿Izan? –bonito nombre.

-Eso creo, no sé, no es de aquí, ya sabes del pueblo, pero no sé mucho de él, vino la semana pasada o la anterior, solo y no habla demasiado. ¿Has hablado con él? Porque yo lo he intentado un par de veces pero no me ha hecho demasiado caso.

-Si bueno, no es que hayamos hablado mucho, estaba en la estantería de los cereales y...

-¿Es guapo verdad? –lo dijo con una entonación cantarina mientras se mordía el labio inferior, ¿se había puesto roja?

-¿Guapo? No sé, en realidad no le he visto la cara, sólo le he visto los ojos. Eran bonitos, muy grandes, casi negros.

-¿A si? –pareció perder repentinamente el interés por la conversación –. De todas maneras ya tendrás tiempo de verle, vive en la casa que está justo enfrente de la tuya, la que tiene esas plantas y flores tan cuidadas.

¿Enfrente de mi casa? Me puse nerviosa y  no pude evitar sonreír al recordar lo que había estado pensando justo antes de ir a la tienda, así que él era el extraño habitante de la casa de enfrente, y además también estaba solo, un escalofrió me recorrió la espalda. ¿Me habría visto sentada en las escaleras mirando hacia su casa? Tal vez por eso sé había comportado de esa manera tan rara en la tienda, al fin y al cabo yo había empezado, me había sentado frente a su casa mirándola fijamente.

Cuando llegamos a casa me costó mucho convencer a Rosa de que no hacía falta que me ayudase con las bolsas, no me apetecía que entrase conmigo, quería ponerme a limpiar cuanto antes, limpiar me relajaba, además necesitaba una ducha, quería despejarme y sentirme sola de una vez. Se suponía que a eso había venido y ya llevaba más de medio día allí y apenas había estado un rato a solas, además quería ponerlo todo en orden cuanto antes. Apenas había podido comer algo en el tren y empezaba a sentirme hambrienta y cansada.

 

Al terminar de limpiar me di cuenta de que me había equivocado en mis cálculos iniciales ya que no me costó tanto como creía poner la casa en orden. Cuando todo estuvo recogido y en su sitio me permití darme esa ducha que tanto necesitaba, di gracias porque el grifo aún funcionaba y puede que incluso estuviese más tiempo de lo debido debajo del agua pero es que realmente necesitaba relajarme. Me puse otra camiseta de manga corta negra y mis vaqueros preferidos, estaban algo viejos y gastados pero no había sido capaz de encontrar unos nuevos con los que me sintiese tan cómoda así que tras mucho discutir con mi madre le había prometido que sólo me los pondría para estar en casa. Guardé toda mi ropa en el armario y coloqué los libros que había llevado sobre el tocador, en ese momento me di cuenta de que había llevado muy poca ropa, o mejor dicho poca variedad, tres o cuatro vaqueros, un par de pantalones cortos y algunas camisetas de manga corta y tirantes, todas lisas y sin estampados, desde luego no me había esmerado demasiado al hacer la maleta, me encogí de hombros mientras pensaba que sería más que suficiente para lo que había planeado hacer.

miércoles, 30 de mayo de 2012

CAPITULO 1, LA LLEGADA


LA LLEGADA




Que lugar más gris, no lo recordaba así y en realidad no podía quejarme, yo había decidido ir allí, me había plantado delante de mi madre y le había dicho que ese verano me iría al pueblo de papá,  a la vieja casa de la tía Nadia. Y cuando me advirtió de que era una casa vacía y vieja, y desde luego que el destino que había elegido era un pueblo aburrido y solitario para que una chica de dieciocho años estuviese sola todo un verano no la hice caso, porque eso era lo que quería, estar sola, pensar en lo que iba a hacer con mi vida, o algo así, eso fue lo que le dije a ella, porque no podía decirle la verdad, ¿Cómo iba a decirle que su hija tenia el presentimiento de que estaba empezando a volverse loca? ¿Que hacia cosa de un par de meses había dejado de sentirme yo misma para convertirme en alguien que no conocía?, ¿Cómo iba a decirle que un día me había levantado sintiéndome más vacía, más sola, si ni siquiera me lo podía explicar a mí misma? Siempre había sido diferente pero ahora…

Necesitaba estar sola, necesitaba volver a conocerme de nuevo.

 

El viaje en tren había sido largo y muy cansado, en realidad demasiado largo, porque me proporcionó tiempo de sobra para pensar en mi madre y en cómo la había dejado en la estación, quieta y sola, mientras el tren se iba. Nunca habíamos tenido una relación estrecha o de amigas pero aún así odiaba mentirla, nunca lo hacía, siempre había sido sincera con ella incluso de pequeña o cuando sabia que la verdad podría hacernos daño a las dos, y desde luego odiaba aún más dejarla sola, porque aunque nuestra relación madre-hija se basaba casi siempre en discutir o en el mejor de los casos en silencios eternos que podían durar días, sólo me tenía a mí, no, sólo nos teníamos la una a la otra y ahora yo estaba rompiendo mi parte del trato dejándola allí en la estación.

La mayor parte del viaje la hice a solas, en algún momento alguien abrió la puerta del compartimento aunque nadie llegó a entrar, cosa que agradecí,  así que pasé casi todo el tiempo mirando sin llegar a ver en realidad como el paisaje pasaba rápidamente ante la ventana.

Al llegar tuve que coger un taxi para que me llevase de la estación a casa, y lo que fue peor aún, tuve que buscar el papel que me había dado mi madre con la dirección para dárselo al taxista que me miró con cara de pocos amigos cuando le dije que no estaba muy segura del nombre de la calle. Y pensar que cuando me dio el papel doblado la miré con cara de algo cercano a la indignación por tener tan poca confianza en mí y en mi memoria, y en realidad no era eso, simplemente me conocía incluso mejor que yo misma. Aunque hacía ya un tiempo que su hija había dejado de ser ella misma. Ni siquiera podía explicarme cómo no lo había visto, cómo no se había dado cuenta de que su hija ya casi no estaba allí, o tal vez sí lo había visto, tal vez por esa razón me había dejado marchar.

Cuando bajé del taxi intenté darme prisa en meter todas mis cosas en casa, menos mal que por una vez había pensado en algo y había guardado las llaves en el bolsillo exterior del bolso, eran cerca de las diez de la mañana y hacía frío, no demasiado pero sí el suficiente como para que resultase difícil pensar que estábamos a mediados de julio.

Cerré los ojos. Abrí y cerré la puerta tras de mí, estaba agotada. Me senté encima de la maleta respirando despacio y profundamente, pensando en qué tendría que hacer, en cual era el siguiente paso lógico, por fin había conseguido llegar y se suponía que ya había pasado la parte difícil, ahora sólo tendría que centrarme en el presente, tenía que ir paso a paso, tenía que abrir los ojos y comenzar a pensar con claridad.

Aquel parecía un pueblo tranquilo, la estación estaba vacía y apenas había visto gente durante todo el trayecto en el taxi, las calles estaban casi desiertas. Aunque también era verdad que el pueblo parecía un sitio encantador, con sus casitas pequeñas de piedra, sus huertos y sus puertas abiertas de par en par incluso a esas horas, desde luego ese tipo de ambiente no lo había en mi ciudad. Si, seguro que todo iba a ir bien, todo aquello era lo que necesitaba, tranquilidad, silencio y mis libros. En cuanto me hubiese instalado iría a buscar alguna tienda donde comprar algo de comida y cosas para limpiar la casa, ¿Cuánto tiempo llevaría vacía? .A juzgar por el polvo acumulado sería bastante, seguro que me llevaría el resto del día y parte del siguiente limpiarlo todo, pero tiempo era lo único que al parecer iba a tener allí.

Había tardado menos tiempo en llegar al pueblo de lo que pensé cuando organicé el viaje en casa y aunque estaba segura de que todas las tiendas estarían ya abiertas no me sentía con ánimos de salir tan pronto, así que decidí investigar un poco por la casa. Había dos habitaciones, las dos bastante grandes aunque no iguales del todo. Estaban juntas, una en el lado izquierdo del pasillo y la otra en frente,  ambas tenían grandes ventanas de madera por las que una vez abiertas entró una suave y cálida luz amarilla, aquella luz sí la recordaba, tal vez ayudase a mitigar esa sensación tan extraña que tenía de estar rodeada por algo gris.

Antes de llegar a las habitaciones, a la derecha estaba la sala y en el mismo lado del pasillo la cocina, cuadrada, no demasiado grande pero si amplia y también luminosa, y al lado de la entrada, tras una puerta de madera blanca estaba el baño, más bien pequeño, aunque eso no me importaba demasiado ya que no iba a tener que compartirlo con nadie, lo que si me preocupaba algo más era la vieja bañera, antigua y descuidada, sin duda gran parte de la limpieza general que había planeado tendría lugar allí más que en ninguna otra estancia de la casa.

 Decidí quedarme con la habitación más amplia, la del fondo del pasillo, tenía una cama grande pero sencilla justo en el medio de la habitación. Junto a la pared, un armario de madera enorme con dos puertas, en frente de la cama una especie de tocador con cajones y un espejo encima, y una pequeña mesita de noche. Tendría espacio más que suficiente para mis cosas. Además tenía esa gran ventana por la que ya entraba tímidamente el sol, lo que hizo que me preguntase cómo de soleados podían llegar a ser allí los días. Todos los muebles de la casa parecían antiguos, y bajo el polvo y el olor a cerrado había algo más, la sensación de haber retrocedido en el tiempo.

Me hubiese gustado vaciar la maleta para poder colocar mi ropa y mis cosas pero estaba claro que primero tendría que limpiar a fondo la habitación, los armarios estaban casi tan llenos de polvo por dentro como por fuera así que decidí que a pesar de mi ánimo ya era hora de salir de excursión. Me cambié de ropa dejando sobre la cama la que había llevado en el viaje que ya sentía sudada y sucia. Me lavé la cara con agua helada en el baño, después de limpiar me daría una buena ducha si es que aún funcionaba el grifo de la bañera. Me puse unos vaqueros, una camiseta negra y la chaqueta verde, eso estaría bien, no quería que nadie se fijase en mi, por lo que recordaba de los pueblos enseguida se daban cuenta de que alguien nuevo había llegado así que, cuanto menos llamase la atención, mejor.

Cogí el mismo bolso que había llevado en el viaje, abrí la puerta y allí sentada en las escaleras vi por primera vez a Rosa.

martes, 29 de mayo de 2012

EL INICIO

Hola!

Me llamo Amaya y digamos que tengo una edad mas que aceptable para saber lo que quiero hacer con mi vida. De hecho se lo quiero hacer con ella. Quiero escribir. Adoro escribir.

Durante un tiempo decidí que me regodearía en mi dolor y desencanto por todas y cada una de las negativas que iba recibiendo de las editoriales a mi novela Renacidos, primer viaje. Pero creo que ya termino ese tiempo y que ahora comienza otro nuevo, el de dar a conocer al resto del mundo mi obra.
Mi plan es el siguiente: iré publicando capítulos de mi novela junto con algún que otro material gráfico y comentarios sobre lo que me movió ha dirigir de una u otra manera el destino de sus protagonistas, aunque en ocasiones creo que eran ellos mismos los que decidian que debían o no hacer, yo era simplemente una seguidora de sus deseos.

Para finalizar he de pediros un favor, que tengaís paciencia conmigo ya que el noble arte del manejo de un blog me es de momento limitado por lo que seguramente nunca haré lo que realmente me gustaría ni pondré una foto en su lugar correcto, pero estoy convencida de que poco a poco iré aprendiendo, por lo que repito: un poco de paciencia por favor.

Bienvenidos al mundo de Renacidos

EL MUNDO DE RENACIDOS

El mundo de Renacidos es como tu mundo o el mio, lleno de gente, de cosas, de lugares. Con dias felices y otros no tanto. Con pueblos y ciudades sin nombre. Con hombres y mujeres caminando a tu lado inmersos en sus propios mundos. Solo tiene una diferencia y es que cuando en el mundo de Renacidos te encuentras con alguien, le ves por primera vez y sientes que le conoces, que su voz te es familiar, que sus ojos ya te habían hablado antes es porque todo eso ya te habia ocurrido.

Todos en algun momento hemos sentido que una situacion nos era demasiado familiar, hemos pensado que  nuestra  vida estaba equivocada, que la proxima vez, la siguiente oportunidad sería la buena. Ese es el mundo de Renacidos, donde tal vez tengas una proxima oportunidad, donde es posible nacer de nuevo...
Pero, ¿Eres tu un Renacido?

domingo, 27 de mayo de 2012


PROLOGO


¿En qué momento dejas de necesitar el contacto de la persona que duerme a tu lado en la cama? No me refiero a que no quieras tocarle sino al momento en el que ya no lo necesitas, en el que puedes dormir sin tocar alguna parte de su cuerpo, sin sentir el calor que desprende, en el que no necesites su contacto.

Su contacto, es una sensación extraña, es más que eso, es como una necesidad, no sólo sentir que está cerca sino tocarle y a veces incluso agarrarle como si fuese a escapar. No concibo que eso pueda ocurrir, no si la persona que tienes a tu lado es la persona con la que debes estar, con la que sabes que debes estar porque todo tu cuerpo te lo recuerda constantemente, incluso cuando no está a tu lado.

Todo tiene un comienzo, cualquier historia lo tiene, incluso las historias que empiezan dieciocho años más tarde de lo que debieron, porque eso es lo que me pasó a mí.

Mi vida empezó dieciocho años después de haber nacido.