Y allí de pie, mirando caer la lluvia, era tal la rabia que
sentía, la impotencia, la soledad que la acompañaban, la ira que parecía
inundarlo todo que solo deseaba golpear con fuerza, sacar el odio y estrellarlo
contra la ventana, hacerla añicos con sus puños y apretar los pedazos entre sus
manos hasta sentir el calor de su sangre corriendo por la muñecas.
Hizo lo único que podía hacer, que sabia hacer. Extendió la
mano frente a si y cubrió lentamente el espacio que la separaba del cristal,
frío, frágil. Lo hizo a conciencia, traspasando un aire que pesaba, un silencio
que dolía, concentrándose en cada centímetro. Por fin sintió la humedad bajo la
palma, cerró los ojos y olvidó.
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